La mamá de las musas

La mamá de las musas

A la tristeza hay que dejarla pasar y decirle que puede llevarse lo que quiera de nosotros. Así lo que toma son souvenirs y no rehenes.

Todavía no sé qué hacer con esta tristeza. Llevo varias semanas con ella, y aunque aún no me incomoda, temo que ya se esté cansando un poco de mí. Y eso es bastante malo, porque todos sabemos que jamás se va del todo. Lo que jode de ella no es su persistencia, sino su silencio. Un silencio que nos deja solos ante el laberinto de nuestras perplejidades y vacilaciones. Un silencio que conduce a la verdad. O al menos a aquello que se esconde detrás del minotauro de lo que nos resistimos a aceptar. Seguir leyendo «La mamá de las musas»

La inocencia de lo apócrifo

La inocencia de lo apócrifo

«Las citas son una manera de repetir erróneamente las palabras de otro».
—Gwinett Bierce

Hace no mucho, leía un artículo en donde —según algún estudio de alguna universidad desconocida— se afirmaba que tan solo en los primeros 17 años de este siglo, se había escrito más (en número de caracteres, y sin considerar mensajería instantánea) que en los miles de años desde que se inventó la escritura. Pensé entonces en los arqueólogos e historiadores del futuro: su tarea sería la de rescatar los textos ya no de los escombros o de la fragilidad de las superficies donde se escribieron, sino de entre un mar interminable de caracteres similares. En internet es tan fácil recortar, copiar, pegar, compartir, que cada vez es más difícil saber quién escribió qué cosa. Seguir leyendo «La inocencia de lo apócrifo»

Máscaras

Máscaras

Entonces sólo somos una máscara; el que de verdad escribe es quien en realidad no somos.

Las máscaras son omnipresentes en la historia de la humanidad. Las primeras se utilizaban para rendir culto a los dioses. Para obtener sus favores o protegerse de su ira. Para ocultar la faz del horror de la lanza, para identificar la protección dentro de ella. Para proporcionar la ventaja del misterio, para formar parte de un todo. Y es que la máscara transforma. Seduce, conquista, mimetiza, identifica, simboliza, idealiza. Y también somete y encierra. Pero jamás oculta. La máscara nos mira siempre. Nos ofrece contemplar el mundo desde su perspectiva, y transformarnos en el personaje al que representa. Oscar Wilde decía que el hombre es menos sincero cuando habla por cuenta propia. Dale una máscara, y te dirá la verdad, remataba. Seguir leyendo «Máscaras»

Azul verdadero

Azul verdadero

Añil, índigo, cerúleo, cobalto, marino, plúmbago, tungsteno, turquesa, ultramarino, y todas las formas que hay para hablar del azul.

No me pregunten por qué, pero el otro día venía tarareando cierta canción de Cristian Castro mientras hacía un tuit con los tonos que me sé para nombrar el azul de la memoria, cuando de improviso Fabiola mencionó el «azul verdadero», presente en una paleta de acuarelas. Desde luego, el nombre resulta sospechoso a simple vista. ¿Será que los otros azules nos han mentido? ¿Dónde está la verdad de ese azul encerrado en un tubo de témpera? Seguir leyendo «Azul verdadero»

Dibujitos (I)

Dibujitos (I)

No es que uno deje de dibujar porque deje de ser niño; uno deja de ser niño precisamente cuando deja de dibujar.

«Mi oficio no tiene nombre. No puedo decir que soy “caricaturista” por que no sé hacer caricaturas propiamente dichas. No puedo decir que soy “cartonista” por que esta palabra-bastante fea—viene del inglés cartoon— y —otra vez— no indica exactamente lo que yo hago. Yo hago textos ilustrados. La gente les llama “cartones” pero para definir mi profesión a mí me gustaría decir que soy dibujante […]

Los que nacimos con esa bendición, con la facilidad de dibujar, no tenemos por qué preocuparnos en la vida. Nunca nos va a faltar nada. Somos como la mujer barbada; como el hombre de color verde. O sea, somos diferentes…»

Abel Quezada, en Nosotros los hombres verdes, (FCE, México 1985).


Como prólogo, diré que soy admirador del trabajo de Abel Quezada. Me gusta mucho que es un dibujante sin pretensiones de artista, gran maestro, o baluarte de nada. Quienes le conocen y reseñan su obra (o sea, sus dibujitos) nunca hablan de cosas como «la magia vibrante de su trazo», o su «sentido único para representar atmósferas». Abel define su trabajo de la forma más simple, acertada y bonita que conozco: dibujante. Sin embargo, el propósito de esta entrada es diferir con él en algo: dibujar no es un don, una bendición, un regalo de las musas o los dioses, una aureola de talento que nos vuelve diferentes. Dibujar es algo que no se olvida nunca, pero sí entra en hibernación cuando lo abandonas. Seguir leyendo «Dibujitos (I)»