Momo y Funes

Momo y Funes

Escribo no porque no confíe en mi memoria, sino porque la memoria necesita algo para cerciorarse de que sigo siendo yo cada vez que se lleva un pedacito mío.

Genrus

Dos maneras para comenzar una discusión conmigo: la primera, siempre que digo que nosotros (la humanidad, las personas) inventamos el tiempo, viene alguien a decir que no, que cómo es posible, que el tiempo estaba ahí desde antes, y que seguirá estando cuando nos marchemos. Y yo digo que no, que en realidad sí ideamos un método de referencia para no perdernos ante lo abrumador que puede resultar lo sucesivo. La segunda, cuando alguien se jacta (o acusa a otro alguien) de tener «memoria selectiva». Mira, la memoria es siempre selectiva, ¿sabes? ¿Recuerdas lo que le pasó a Funes? Ajá, bueno. La memoria elige por salud mental, y porque su capacidad de almacenamiento es limitada.

Ahora, ¿en realidad es la memoria la que se ocupa de elegir los recuerdos que conserva? ¿O es más bien la inteligencia la que administra todo, y la memoria es nada más el almacén, la cava de los datos y emociones que usamos en cada coctel que se agita cuando recordamos?

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(llueve)

(llueve)

Me gusta cómo la lluvia le eriza la piel a los charcos. Siempre me gustó dibujar en los cristales empañados del autobús cuando venía con mi mamá de vuelta a casa. Incluso me gusta el olor de la lluvia. No, no hablo del petricor, porque ese se trata de tierra mojada, y yo nací y crecí en un lugar lleno de concreto y asfalto en el que la tierra es apenas una singularidad encerrada en algún cuadrito a la orilla de la banqueta. Me gusta cómo huele la lluvia, y cómo convierte al piso en un insólito Van Gogh de la ciudad que refleja sus luces en él. Y yo amaba hacer dos cosas bajo ella: andar en bicicleta y jugar al futbol (aunque después me regañaran).

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El color de la memoria (y otras sinestesias improbables)

El color de la memoria (y otras sinestesias improbables)

He estado muy ocupado esta semana; trabajar desde casa es fantástico (ahora todas las juntas son un mail, lo que debieron haber sido siempre), pero también crea una distorsión notable en el espacio-tiempo de los procesos de oficina; de algún modo, a todos se nos juntan los trastes sucios (de manera literal y emocional —y a veces yuxtapuestas—), y toca hacer las cosas a contrarreloj. El cuento es que ayer estaba terminando una de las publicaciones que hacemos año con año —y cuyo título tiene que ver con la memoria—, cuando reparé en que todavía no tenía la portada. Frente a la hoja en blanco, y sabiendo que el diseño es un oficio que a veces no deja tiempo de esperar la magnanimidad de las musas, me hice una pregunta rápida, distraída, que además se me ocurrió compartir en Twitter (por si de ahí salía alguna idea):

¿De qué color es la memoria?

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